martes, 8 de noviembre de 2011

Generación Post Alfa


"Prólogo al colapso

Se calcula que una persona nacida en 1935 habrá trabajado alrededor de 95.000 horas en el curso de su existencia. En 1972 se presentaba, en cambio, una vida laborable de 40.000 horas, pero para los contratados en el año 2000 se deben calcular alrededor de 100.000 horas de trabajo, invirtiendo una tendencia secular que había reducido constantemente el tiempo de trabajo.
A partir de los años 80 estamos obligados a trabajar cada vez más para compensar la merma continua del poder adquisitivo de los salarios, para enfrentar la privatización de un número creciente de servicios sociales y para poder comprar todos aquellos objetos que el conformismo publicitario impone a una sociedad en la que las seguridades psicológicas colectivas han disminuido.
Aunque algunos teóricos como André Gorz o Jeremy Rifkin habían previsto una reducción del tiempo de trabajo social y una expansión del tiempo libre, lo que sucedió en los años 90 es exactamente lo contrario: desde aquella década la jornada laboral se volvió prácticamente ilimitada. Una intensa campaña ideológica y una presión psicológica competitiva obligaron al trabajo cognitivo a identificarse con la función de empresa. La distinción entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio ha sido progresivamente cancelada. El teléfono celular tomó el lugar de la cadena de montaje en la organización del trabajo cognitivo: el info-trabajador debe ser ubicado ininterrumpidamente y su condición es constantemente precaria.
La retórica política de las últimas décadas insiste en la libertad individual, pero el tiempo laborable celularizado de las personas es sometido a condiciones de tipo esclavista. La libertad formal es perfectamente respetada, pero la libertad es cancelada en el ejercicio concreto del tiempo de la vida. La libertad es puramente virtual, formal, jurídica. En realidad, nadie más puede ya disponer libremente de su propio tiempo. El tiempo no pertenece a los seres humanos concretos (y formalmente libres), sino al ciclo integrado del trabajo. Sólo los drop out [desertores escolares], los vagabundos, los fracasados, los ociosos desocupados pueden disponer libremente de su tiempo.
El esclavismo contemporáneo no es sancionado formalmente por la ley, sino que es incorporado rigurosamente en los automatismos tecnológicos, psíquicos, comunicativos. En las áreas periféricas del mundo –donde las corporaciones globales han localizado los trabajos manuales– el esclavismo es fácilmente reconocible: terribles condiciones de trabajo, horarios de diez o doce horas seis días a la semana, pagas inferiores al mínimo indispensable para una vida decente, explotación salvaje del trabajo infantil. En el corazón de la metrópolis global el esclavismo tiene características originales: pálidos e hiperactivos trabajadores cognitivos zigzaguean en el tráfico ciudadano, inhalando veneno y balbuceando por el celular. Son forzados, además, a ritmos sobre los que ya no tienen control alguno. Es la carrera del ratón: es preciso ir cada más rápido para pagar los costos de una vida que ya nadie vive.
El endeudamiento al que los estudiantes están obligados a someterse desde el inicio de sus estudios superiores constituye el primer eslabón de la cadena del esclavismo posmoderno. Como muestra Anya Kamenetz en su libro Generation Debt1, para pagarse los estudios quienes se inscriben en el college son llevados a contraer deudas con los bancos, y estas deudas los perseguirán toda la vida, forzándolos a aceptar cualquier chantaje laboral.
A lo largo de todos los años 90 este juego se pudo sostener. En aquel periodo funcionaba un verdadero sistema de capitalismo de masas, fundado sobre la participación de los trabajadores en el mercado financiero, y sobre la ilusión de enriquecerse rápidamente dedicando todas las energías al trabajo. Los trabajadores cognitivos eran invitados a invertir, no sólo sus energías, sino también su dinero, en las empresas en rápido ascenso en los mercados financieros. Esto era viable gracias a la posibilidad de altas ganancias vinculadas al incremento de la productividad y gracias al continuo aumento del valor de las acciones de la Bolsa. Una machacante ideología publicitaria identificaba al éxito con el hiper-trabajo y estimulaba la movilización de todas las energías cognitivas. Las mismas energías libidinales se transferían a la esfera productiva. En aquellos años se vivía con el terror al sida, y el cuerpo ajeno mandaba vibraciones un poco eléctricas. Mejor no acercarse, mejor no dejarse llevar por la ternura, mejor invertir hasta el último gramo de vitalidad en la carrera frenética de la productividad.
Los psicofármacos euforizantes se volvieron parte de la vida cotidiana. A mitad de los años 90, el Prozac aparecía como una suerte de medicina milagrosa que transformaba a los hombres y a las mujeres en máquinas felices de ser siempre eficientes, siempre optimistas, siempre productivos. Un consumo espantoso de euforizantes, antidepresivos, neuroestimulantes acompañó el desarrollo de la new economy [nueva economía]. Era el soporte indispensable para aguantar la movilización psíquica constante del frenesí competitivo.
Era totalmente previsible el colapso.
Y el colapso llegó.
A inicios de los 90 se produce el fin del Imperio del Mal. El Imperio del Mal había nacido del fuego de las guerras del siglo XX, y se había fortalecido con la industrialización forzada del mundo. Se había apoderado abusivamente de la palabra “comunismo” sustrayéndola a las esperanzas de los proletarios, había sido forjado con el mismo metal y con la misma sangre con que se había forjado su antagonista occidental, la presunta Democracia Capitalista.
Durante el siglo XX el Imperio del Mal había perpetuado los órdenes feudales absolutistas y militares que dominaron por siglos la Rusia de los zares y por milenios el imperio celeste chino. De aquellos imperios premodernos habían mantenido la forma autoritaria del estado y la forma estática del sistema productivo. El comunismo soviético usó la violencia tradicional de la autocracia zarista para imponer la industrialización forzada a los campesinos y a los proletarios urbanizados. Desde el fin de la segunda guerra mundial, y durante cincuenta años, la democracia capitalista pudo convivir con las autocracias del socialismo autoritario de manera perfectamente integrada y estable.
Occidente había emprendido el camino de una economía dinámica, de una fuerte movilidad social y de un aumento de la productividad. El bloque socialista acumulaba potencia gracias al trabajo esclavo de millones de hombres. Esta división del mundo entró en crisis cuando, después de 1968, emerge un nuevo proletariado intelectual. Luego de aquel año el Imperio estático del socialismo autoritario y el Imperio dinámico de la democracia capitalista sufrieron una ofensiva ininterrumpida por parte de la clase obrera industrial y por parte de la inteligencia técnico-científica.
Reducción del tiempo de la vida destinado al trabajo, liberación de la vida del trabajo asalariado era el objetivo común a las luchas de los obreros occidentales y orientales.
En los años 80 los incrementos de productividad se aceleran en el mundo occidental gracias a la introducción de nuevas tecnologías altamente flexibles y moleculares. Al mismo tiempo, la difusión de los medios electrónicos tiende a derribar todas las fronteras políticas. La cortina de hierro entre el Imperio dinámico y el Imperio estático funciona cada vez menos. La nueva clase productiva que se va formando, el cognitariado, no es geográficamente delimitable ni políticamente controlable. Es una clase cosmopolita, curiosa, socialmente y geográficamente móvil, rebelde a toda limitación de la libertad.
Escuchábamos con frecuencia el cuento del presidente Reagan que lanza la ofensiva simulada de Star Wars, y somete al Imperio del Mal a una presión militar y económica insostenible hasta provocar su derrumbe. Pero ésta es sólo una parte de la historia, y no la más interesante. El socialismo autoritario de los países del Este se desplomó porque la nueva clase social global, el cognitariado, erosionó el dominio y difundió en todas partes expectativas de consumo, estilos de vida y modelos culturales incompatibles con la forma estática del sistema socialista. En ese sentido, 1989 es una prosecución de 1968.
Después de noviembre de 1989, durante algunos meses, o algunos días, parecía que podía esperarse que finalmente el mundo fuera entrando en un período de paz: reducción de la agresividad, pleno despliegue de las potencias liberadas de la inteligencia colectiva. El gobierno mundial podía delinearse en el horizonte bajo la forma de una concatenación productiva y política de los innumerables fragmentos del trabajo inteligente. Se entreveía, más allá de derrumbe de los estados nacionales y de las identidades, el paradigma de la Red. Dicho paradigma era capaz de sintetizar dinámica productiva y principio igualitario y colaborativo.
Se trató de una ilusión, de un breve respiro. Disuelto el muro congelado de la Guerra Fría, las seculares obsesiones identitarias recobraron fuerza y vitalidad. Se había desplomado el Imperio del Mal, pero aparecía sobre el planeta el Imperio de lo Peor.
Durante la última década del siglo, dos mundos extraños e incomunicados entre sí se han desarrollando sobre el planeta Tierra: guerra civil en el planeta físico e hiper-trabajo cognitivo en el planeta virtual. La clase virtual ha construido un retículo de relaciones productivas en el ubicuo espacio inmaterial de la red. Al mismo tiempo, en el planeta físico se han multiplicado los puntos de fractura, de contraposición identitaria. Los dos mundos se miraban con creciente sospecha, y la clase virtual globalizada multiplicaba y perfeccionaba las barreras de seguridad que separaban su cableado mundo de las posibles agresiones de las masas marginalizadas.
Es sobre estas líneas que ha madurado el colapso.
La sobrecarga de trabajo, la movilización ininterrumpida de las energías mentales y psíquicas de los trabajadores cognitivos crearon las premisas del colapso anunciado en el Apocalipsis fallido del millennium bug2 y luego hecho efectivo con el derrumbe financiero de abril de 2000.
La separación artificial entre clase virtual y focos de agresividad identitaria creó las premisas del colapso de seguridad que explotó el 11 de septiembre de 2001.
Llegado este punto, el poder global desentierra y vuelve a proponer la retórica de la lucha entre el Imperio del Bien y el Imperio del Mal, para desencadenar una guerra que le permita evitar rendir cuentas ante el fracaso económico y social de las políticas liberales del capitalismo global. Una vastísima parte de la opinión pública mundial se opone entonces a la guerra con inmensas manifestaciones.
Pero la potencia militar de la mayor potencia mundial impone su voluntad: la guerra, la violencia desplegada, el terror que produce terror, la humillación que produce resentimiento, venganza, más violencia."

del Libro "Generación post-alfa, patologías e imaginarios en el semiocapitalismo" de Franco Berardi Bifo

sábado, 12 de marzo de 2011

Arquitectura para la Heterarquía, Arquitectura de Resistencia - Algunas Ideas de Lebbeus Woods.

Berlin Free Zone

El trabajo de Lebbeus Woods nos invita a reflexionar sobre aquello que, en el campo académico de la Arquitectura, se nos ha impuesto como lo políticamente correcto, o lo razonablemente "adecuado".
Lebbeus cuestiona la capacidad de la Arquitectura contemporánea para generar nuevas relaciones y comunicaciones sociales a partir del habitar. Se opone a la imposición de un programa arquitectónico como regulador y sentenciador de actividades biopolíticas. Cuestiona la complicidad de las grandes Instituciones (privadas o públicas) y los Arquitectos, que amparados económicamente en estas, operan sujetos a sus interéses de control, sugestión y manipulación de la población.
Lebbeus woods apuesta por una Arquitectura del juego, a partir del conocimiento, una Arquitectura libre, donde las funciones y actividades e incluso la conformación del espacio esté definida y modificada por el habitante autonomo. En este sentido y desde un plano filosófico, el trabajo de Lebbeus se orienta hacia la decodificación de concepciones y concreciones, más que a la reproducción y codificación de lo ya establecido.

A continuación parte de su ensayo " la cuestión del Espacio"


"En el campo de las ciencias sociales, se suele discutir el espacio en función de la presencia de! hombre en él. En arquitectura, sin embargo, son las cualidades abstractas de! espacio las que se destacan, por un

motivo comprensible aunque no del roda perdonable: los arquitectos son especialistas en la formación de estas cualidades. Uno de los clichés asociados con este enfoque es que el espacio se diseña para ser funcional, lo que significa, en la jerga de los arquitectos, dar a todos los espacios que diseñan una forma pensada para un «programa» de uso humano.

Esto, por supuesto, es absurdo. Los arquitectos suelen diseñar volúmenes de espacio rectilíneos, siguiendo las reglas cartesianas de la geometría, y cualquiera puede observar que semejantes espacios no resultan más adecuados para ser utilizados como despachos que un dormitorio o una carnicería. Todo espacio diseñado es, de hecho, pura abstracción, más fiel a un sistema matemático que a cualquier «función» humana. Mientras los arquitectos hablan de diseñar espacios que satisfagan las necesidades humanas, de hecho son éstas las que se diseñan para satisfacer e! espacio diseñado y e! abstracto sistema de pensamiento y organización en que se basa el diseño. En el caso de los espacios cartesianos, estos sistemas incluyen no sólo la dualidad cuerpo mente de Descartes, sino también el determinismo causa-efecto de Newton, las leyes de lógica de Aristóteles y otras construcciones teóricas requeridas por los poderes sociales y políticos del momento. El diseño es una forma de controlar e! comportamiento humano y de mantener este control en el futuro. El arquitecto es un funcionario en una cadena de mando cuya tarea más importante (desde el punto de vista de las instituciones) consiste en calificar espacios que, de otro modo, quedarían abstractos y «absurdos», con «funciones» que en realidad son insrrucciones a la gente sobre cómo han de comportarse en determinados lugares y momentos.' La trama de espacios diseñados, la ciudad, es un intrincado plan de comportamiento que proscribe toda clase de interacciones sociales y que excluye, por tanto, los pensamientos y, cuando es posible, los sentimientos de los individuos.'

Un volumen rectilíneo de espacio denominado «Sala de conferencias » requiere que las personas que ocupen dicho espacio se comporten como conferenciante o como oyentes. Si alguien infringe estos comportamientos, por ejemplo, decidiendo cantar durante el comportamiento prescrito de dar o escuchar una conferencia, porque e! espacio tiene una buena acústica, perfecta para cantar, entonces el público de oyentes obedientes, o e! orador, e incluso la policía si e! infractor no desiste, presionarán al infractor para que calle. 0, para citar un ejemplo menos llamativo, si uno de los oyentes hace una pregunta (durante la sesión de preguntas y respuestas que suelen seguir a las conferencias) demasiado larga, e! público de obedientes preguntadores intentará silenciar al infractor del comportamiento prescrito de! Espacio en cuestión. En algunos casos, el hacer una pregunta con una tendencia ideológica «errónea», no proscrita y desconttolada producirá el mismo resultado. En los casos extremos, ello hará que intervenga la policía.

La justificación de la supresión de quienes infringen e! comportamiento prescrito para la ocupación del espacio diseñado queda bastante clara. El orden social ha de ser mantenido para que se pueda proteger la libertad individual (que en su mayor parte es libertad para conformarse a las normas sociales). Piensen en el pobre conferenciante, que sin duda alguna tiene algo interesante que decir, interrumpido por e! cantante, por el individuo que hace preguntas excesivamente largas, que en realidad procura usurpar e! pape! del conferenciante, por el pensador, cuyas opiniones heréticas perturban e! equilibrio cuidadosamente controlado de la conferencia y del escuchar. Según el argumento, si se infringe la «función del espacio" y si dicha infracción se tolera, ello podría establecer un precedente, difundirse y amenazar a todo el mecanismo de la sociedad. Anarquía. Caos. No se puede permitir.

Los pobres arquitectos, por supuesto, apenas son conscientes de todas estas condiciones. Aislados en una tarea especializada, alabados por las autoridades superiores (clientes, jurados de premios y agencias sociales de todo tipo), por su talento en la manipulación de las cualidades abstractas del espacio y de sus formas definidoras, y al mismo tiempo, por satisfacer las necesidades de la gente (reforzando de paso el comportamiento prescrito), los arquitectos pueden vivir con la ilusión de que son los artistas primordiales y más importantes, que dan forma al espacio y a sus cualidades para un público apreciativo (obediente) de usuarios. En consecuencia, en el pensamiento y el discurso de los arquitectos, las cualidades formales del espacio predominan sobre su contenido humano, que simplemente se da por supuesto. En el caso de la sala de conferencias, los arquitectos discutirán las surilezas de las proporciones del espacio, su iluminación, el empleo de los materiales, las líneas de visión entre el público y el escenario. Pueden referirse a sus características acústicas aludiendo a sus «funciones», pero nunca cuestionarán las premisas del «programa" para el espacio: el concepto de «conferencia».

Un gran arquitecto, como Mies van der Rohe, es capaz de elevar este predominio hasta el nivel de principio filosófico. Le gustaba decir que las principales obras arquitectónicas de la historia eran los templos del mundo antiguo, cuyo espacio interior no tenía, o apenas, función humana. Eran arquitectura pura, arquitectura como religión. Su concepto de «espacio universal», que tuvo como resultado algunos de los mejores edificios modernos (los suyos) y también los peores (los de sus imitadores), también contenía insinuaciones religiosas. La arquitectura era algo por encima de la vida o, por lo menos, más allá de la confusión de las vidas llevadas en su interior." La gente llega y se va, los estilos de vida cambian, pero la arquitectura perdura, idealización del vivir. El pensamiento arquitectónico de los últimos veinte años, si bien ha hablado mucho del contexto social, incluidas la historia, las condiciones locales y demás, ha modificado muy poco su discurso.' Incluso una arquitectura que juega con los cambios de modas y las modas del cambio sigue colocando el medio por encima del mensaje. Por otra parte, uno no puede quejarse demasiado. Ello no sería sino una repetición de ciertos desastres históricos para supeditar la arquitectura a las condiciones sociales o, incluso peor, a teorías sociales de cualquier tipo. Cualquiera que haya visitado ciudades modernas que se vieron transformadas por una planificación urbanística y arquitectónica dictada por una ideología en concreto comprenderá lo unidimensional que pueden resultar estos paisajes. Los arquitectos que recuerdan los movimientos de la «metodología del diseño»" y de da defensa de la planificación" que dominaron la enseñanza de la arquitectura a finales de los años sesenta y principios de los setenta también comprenderán cómo las mejores intenciones sociales pueden salir terriblemente mal. En nombre de los principios de igualdad, se intentó aplicar directamente al proceso del diseño arquitectónico técnicas sociológicas como el análisis estadístico, pero con resultados que rivalizan con la más vulgar arquitectura socialista de los países del Bloque Oriental en su suavidad psicológicamente opresiva. La arquitectura, al fin y al cabo, ni es una rama de las ciencias sociales ni un mero instrumento de determinada política pública, ni una manifestación principalmente estética. Al mismo tiempo, no es solamente una combinación de estos aspectos considerados importantes de la práctica y de la producción. La cuestión del espacio planteada por el diseño de la arquitectura lleva en una dirección muy distinta, una que, hasta este momento, podía permanecer a salvo, oculta detrás de llamamientos, históricamente aprobados, a la ciencia y al arte.

(...)

Hasta ahora, la tarea principal de la arquitectura ha sido valorar las instituciones sociales convirtiéndolas en símbolos de una jerarquía urbana de autoridad. Hoy en día, a pesar de que, necesariamente, las jerarquías permanezcan, un nuevo tipo de orden está en auge, un orden sin símbolos: la heterarquía. La heterarquía es un sistema auto estructurador de orden, compuesto de individuos auto inventores y auto suficientes, cuya estructura cambia constantemente de acuerdo con las cambiantes necesidades y condiciones. En teoría, las formas de gobierno con representación tienden a la jerarquía, como también es el caso del sistema económico de libre mercado, aunque ambos se vean hoy seriamente comprometidos por jerarquías rudimentarias. La libertad de pensamiento y de acción es la base de cualquier sistema heterárquico y garantiza la autonomía de los individuos así como la variabilidad y la fluidez del mismo sistema. Las formas urbanas heterárquicas de la cultura acrual se inventaron como respuesta al creciente énfasis puesto en el concepto de «individuo», y gracias a desarrollos tecnológicos recientes como los ordenadores personales y los sistemas de telecomunicaciones, que debilitan las jerarquías establecidas. Hieros: lo sagrado. Heteros: el otro. La jerarquía es un sistema de orden basado en la autoridad del conjunto, que está investida en un "uno", un líder, una elite, una ideología. Las jerarquías producen monólogos, pronunciamientos que surgen de una única fuente y que irradian por todo un sistema, dominándolo. La heterarquia se basa en la autoridad de muchos. Difiere de la llamada autoridad colectiva en que sólo «uno>, ejerce la autoridad en cualquier momento dado y asume así toda la responsabilidad, no sólo de sí mismo, sino de todos los demás. (Para una exposición más amplia sobre responsabilidad. En otro momento, «otro» puede ejercer la autoridad y asumir la responsabilidad. Y así sucesivamente. La hererarquia engloba la jerarquía. No obstante, se convierte en un paisaje de autoridad que cambia continuamente. Así pues, la heterarquia siempre es dialogística."


lunes, 28 de febrero de 2011

Pensamiento Nómada, Máquinas sobrevivientes.


"El nómada, con su máquina de guerra, se opone al déspota con su máquina administrativa; la unidad nomádica extrínseca se opone a la unidad despótica intrínseca. Y, a pesar de todo, son fenómenos tan correlativos y compenetrados que el problema del déspota será cómo integrar, cómo interiorizar la máquina de guerra nómada, y el del nómada cómo inventar una administración del imperio conquistado. En el mismo punto en el que se confunden, no dejan de oponerse. El discurso filosófico nació de la unidad imperial, a través de muchos avatares, los mismos que conducen desde las formaciones imperiales hasta la ciudad griega. E incluso en la ciudad griega el discurso filosófico mantiene una relación esencial con el déspota o con su sombra, con el imperialismo, con la administración de las cosas y de las personas (se encuentran todo tipo de pruebas de ello en el libro de Léo Strauss y Kojève sobre la tiranía). El discurso filosófico siempre ha permanecido en una relación esencial con la ley, la institución y el contrato que constituyen el problema del Soberano, y que atraviesan la historia sedentaria que va de las formaciones despóticas hasta las democráticas. El «significante» es en verdad el último avatar filosófico del déspota. Si Nietzsche se separa de la filosofía es quizá porque es el primero que concibe otro tipo de discurso a modo de contrafilosofía. Es decir, un discurso ante todo nómada, cuyos enunciados no serían productos de una máquina racional administrativa, con los filósofos como burócratas de la razón pura, sino de una máquina de guerra móvil. Acaso sea éste el sentido en el que Nietzsche anuncia que con él comienza una nueva política (lo que Klossowski ha llamado el complot contra la propia clase). Sabemos bien que, en nuestros regímenes, los nómadas no tienen cabida: no se escatiman medios para regularlos, y apenas consiguen sobrevivir. Nietzsche vivió como uno de esos nómadas reducidos a no ser más que su sombra, de pensión en pensión. Pero, por otra parte, el nómada no es necesariamente alguien que se mueve: hay viajes inmóviles, viajes en intensidad, y hasta históricamente los nómadas no se mueven como emigrantes sino que son, al revés, los que no se mueven, los que se nomadizan para quedarse en el mismo sitio y escapar a los códigos. Sabemos que el problema revolucionario, hoy, consiste en hallar una unidad de las luchas puntuales que no reconstruya la organización despótica o burocrática del partido o del aparato de Estado: una máquina de guerra que no remitiría a un aparato de Estado, una unidad nomádica en relación con el Afuera, que no se sometería a la unidad despótica interna. Esto es quizá lo mas profundo de Nietzsche, la medida de su ruptura con la filosofía tal y como aparece en el aforismo: haber hecho del pensamiento una máquina de guerra, una potencia nómada. E incluso aunque el viaje sea inmóvil, aunque se haga sin moverse del lugar, aunque sea imperceptible, inesperado, subterráneo, hemos de preguntar: ¿quiénes son hoy los nómadas?¿Quiénes son hoy nuestros verdaderos nietzscheanos?"
Gilles Deleuze



Nos hemos vuelto Nómadas, pienso, sentados o caminando por algún lugar, en esa búsqueda solitaria e inquieta, por entender, por escapar, por sobrevivir, por luchar contra el Condicionamiento. Como parte de una raza que se honra desterritorializada, y despatriada, en constante búsqueda, escapada. ¿Existe alguna subsistencia posible más allá de nuestro celoso pensamiento?