sábado, 2 de agosto de 2014

Cómo hacer

Chile.
Allí,
cuando el afuera se hizo adentro y el adentro se hizo desierto,
Allí,
cuando el Capitalismo y el Imperio han conquistado todas las esferas que definen la realidad.
Allí, 
cuando en la última fase de su desarrollo, el Capital logro transformarse en signos, valores, verdades, crítica, logro traducirse estéticamente.
Allí, 
cuando todo perdió sentido ante la espectacularidad y sus representaciones.
Allí, 
nos preguntamos 'Cómo hacer'...

TIQQUN. Fragmentos de ¿Cómo hacer?

Alzarse. Alzar la cabeza. Por elección o por necesidad. Poco importa, en verdad, desde ahora.
Mirarse a los ojos y decir que recomenzamos. Que todo el mundo lo sepa, lo más rápido posible.
Recomenzamos.
Se acabó la resistencia pasiva, el exilio interior, el conflicto por sustracción, la supervivencia. Recomenzamos. En veinte años, hemos tenido tiempo para ver. Hemos comprendido. La demokracia para todos, la lucha “antiterrorista”, las masacres de Estado, la reestructuración capitalista y su Gran Obra de depuración social,
mediante selección,
mediante precarización,
mediante normalización,
mediante “modernización”.
Hemos visto, hemos comprendido. Los métodos y los objetivos. El destino que SE nos reserva. Y el que SE nos niega. El estado de excepción. Las leyes que ponen a la policía, la administración y la magistratura por encima de las leyes. La judicialización, la psiquiatrización, la medicalización de todo lo que se sale del cuadro. De todo lo que se fuga.
Hemos visto. Hemos comprendido. Los métodos y los objetivos.

Cuando el poder establece en tiempo real su propia legitimidad,
cuando su violencia deviene preventiva
y su derecho es un “derecho de injerencia”,
entonces ya no sirve de nada tener razón. Tener razón contra él.
Hay que ser más fuerte, o más astuto. Es por esto también que recomenzamos.

Recomenzar no es nunca recomenzar algo. Ni retomar un asunto allí donde lo habíamos dejado. Lo que recomenzamos siempre es otra cosa. Siempre es inaudito. Porque no es el pasado lo que nos empuja, sino precisamente lo que en él no haadvenido.
Y porque somos también nosotros mismos, entonces, quienes recomenzamos.
Recomenzar quiere decir: salir de la suspensión. Restablecer el contacto entre nuestros devenires.
Partir, de nuevo,
desde donde estamos,
ahora.

Por ejemplo, hay golpes
que ya no SE nos darán.
El golpe de la “sociedad”. Por transformar. Por destruir. Por volver mejor.
El golpe del pacto social. Que unos quebrarían mientras que otros son capaces de fingir
“restaurarlo”.
Estos golpes, no SE nos darán más.
Hace falta ser un elemento militante de la pequeña burguesía planetaria,
un ciudadano verdaderamente
para no ver que ella ya no existe,
la sociedad.
Que ella ha implosionado. Que ya no es sino un argumento para el terror de los que dicen re/presentarla.
A ella que se encuentra ausente.

Todo lo que es social se nos ha vuelto ajeno/extraño/extranjero [étranger].
Nos consideramos absolutamente desvinculados de toda obligación, de toda prerrogativa, de toda pertenencia social.
“La sociedad”,
es el nombre que ha recibido a menudo lo Irreparable,
entre aquellos que querrían que también fuera
lo Inasumible.
Quien rechaza ese señuelo deberá dar
un paso de distancia.
Operar
un ligero desplazamiento
respecto de la lógica común
del Imperio y de su contestación,
la de la movilización,
respecto de su común temporalidad,
la de la emergencia.

Recomenzar quiere decir: habitar esa distancia. Asumir la esquizofrenia capitalista en el sentido de una facultad creciente de desubjetivación.
Desertar pero guardando las armas.
Fugarse, imperceptiblemente.
Recomenzar quiere decir: concentrar la secesión social, en la opacidad, entrar
en desmovilización,
sustrayendo hoy a tal o cual red imperial de producción-consumo los
medios de vivir y luchar para, en el momento elegido,
sabotearla.

Hablamos de una nueva guerra,
de una nueva guerra de partisanos. Sin frente ni uniforme, sin ejército ni batalla
decisiva.
Una guerra cuyos focos se despliegan a distancia de los flujos mercantiles aunque conectados entre ellos.
Hablamos de una guerra totalmente en latencia. Que tiene el tiempo.
De una guerra de posición.
Que se libra ahí donde estamos.
En nombre de nadie.
En nombre de la existencia misma,
que no tiene nombre.

Operar ese ligero desplazamiento.
Ya no temer a su tiempo.
“No temer a su tiempo es una cuestión de espacio”.
En la okupa. En la orgía. En el motín. En el tren o el pueblo ocupado. En búsqueda, en medio de desconocidos, de una free party inencontrable. Hago la experiencia de ese ligero desplazamiento. La experiencia
de mi desubjetivación. Devengo
una singularidad cualquiera. Un juego se insinúa entre mi presencia y todo el aparato de cualidades que me están ordinariamente vinculadas.
En los ojos de un ser que, presente, quiere estimarme por lo que yo soy, saboreo la decepción, su decepción al ver que he devenido tan común, tan perfectamente
accesible. En los gestos de otro, una inesperada complicidad.
Todo lo que me aísla como sujeto, como cuerpo dotado de una configuración pública de atributos, siento que se derrite. Los cuerpos se deshacen en su límite. En su límite, se indistinguen. Barrio tras barrio, lo cualquiera arruina la equivalencia. Y yo alcanzo
una desnudez nueva,
una desnudez impropia, como vestida de amor.
¿Uno se evade alguna vez por sí solo de la prisión del Yo?

En la okupa. En la orgía. En el botín. En el tren o el pueblo ocupado. Nos reencontramos.
Nos reencontramos
como singularidades cualesquiera. Es decir,
no sobre la base de una común pertenencia,
sino de una común presencia.
Esto es
nuestra necesidad de comunismo. La necesidad de espacios de noche, donde seamos capaces de
reencontrarnos
más allá
de nuestros predicados.
Más allá de la tiranía del reconocimiento. Que impone el re/conocimiento como distancia final entre los cuerpos. Como ineluctable separación.
Todo lo que uno —el novio, la familia, el entorno, la empresa, el Estado, la opinión— me reconoce, es ahí que uno cree tenerme.
Por el recuerdo constante de lo que soy, de mis cualidadesuno querría abstraerme de cada situación. uno me querría arrebatar en toda circunstancia una fidelidad conmigo mismo que es una fidelidad con mis predicados.
se espera de mí que me comporte como hombre, empleado, parado, madre, militante o filósofo.
se quiere contener entre los bordes de una identidad el curso imprevisible de mis devenires.
se me quiere convertir a la religión de una coherencia
que se ha escogido para mí.

Cuanto más soy reconocida, más mis gestos se encuentran entrabados, interiormente entrabados. Heme aquí capturada en la malla ultraceñida del nuevo poder. En las redes impalpables de la nueva policía: la policía imperial de las cualidades.
Existe toda una red de dispositivos en los que me hundo para “integrarme”, y que esas cualidades meincorporan.
Todo un pequeño sistema de fichaje, identificación y policiaje mutuos.
Toda una prescripción difusa de la ausencia.
Todo un aparato de control comporta/mental, que apunta al panoptismo, a la privatización transparencial, a la atomización.
Y dentro del cual forcejeo.

Necesito devenir anónima. Para estar presente.
Cuanto más anónima soy, más estoy presente.
Necesito zonas de indistinción
para acceder a lo Común.
Para no reconocerme ya en mi nombre. Para no escuchar en mi nombre sino la voz que lo llama.
Para hacer consistir el cómo de los seres, no lo que son, sino cómo son lo que son. Su forma-de-vida.
Necesito zonas de opacidad en donde los atributos,
incluso criminales, incluso geniales,
ya no separen a los cuerpos.
...

Política de la singularidad cualquiera.
Un devenir-cualquiera es más revolucionario que todo ser-cualquiera.
Liberar espacios nos libera cien veces más que todo “espacio liberado”.
Más que poner en acto un poder, yo gozo de la puesta en circulación de mi potencia.
La política de la singularidad cualquiera reside en la ofensiva. En las circunstancias, los momentos y los lugares en que serán arrancados
las circunstancias, los momentos y los lugares
de un anonimato tal,
de una parada momentánea en un estado de simplicidad,
la ocasión de extraer de todas nuestras formas la pura adecuación a la presencia,
la ocasión de estar, finalemente,
ahí.

No se protesta contra el Imperio por su gestión. No criticamos al Imperio.
Nos oponemos a sus fuerzas.
Ahí donde uno está.
Decir lo que a uno le parece tal o cual alternativa, ir a donde se nos llame, todo esto ya no tiene sentido. No hay proyecto global alternativo al proyecto global del Imperio. Pues no hay proyecto global del Imperio. Hay una gestión imperial. Toda gestión es mala. Los que reclaman otra sociedad harían mejor comenzando por ver que ya no la hay. Y tal vez dejarían entonces de ser aprendices-gestionarios.
Ciudadanos. Ciudadanos indignados.

El orden global no puede ser tomado por enemigo. Directamente.
Pues el orden global no tiene lugar. Al contrario. Es más bien el orden de los no-lugares.
Su perfección no consiste en ser global, sino en ser globalmente local. El orden global es la conjuración de todo acontecimiento ya que es la ocupación acabada, autoritaria, de lo local.
Uno se opone al orden global sólo localmente. Por la extensión de las zonas de sombra sobre los mapas del Imperio. Por su puesta en contacto progresiva.
Subterránea.

La política que viene. Política de la insurrección local contra la gestión global. De la presencia recobrada sobre la ausencia de sí. Sobre la extrañeza ciudadana, imperial.
Recobrada mediante el robo, el fraude, el crimen, la amistad, la enemistad, la conspiración.
Mediante la elaboración de modos de vida que sean también
modos de lucha.
Política del tener-lugar.
El Imperio no tiene lugar. Administra la ausencia haciendo planear por todas partes la amenaza palpable de la intervención policial. Quien busca en el Imperio a un adversario con el cual medirse encontrará el aniquilamiento preventivo.
Ser percibido es, a partir de ahora, ser vencido.

Aprender a devenir indiscernibles. A confundirnos. Volver a tener gusto
por el anonimato,
por la promiscuidad.
Renunciar a la distinción,
Y para desarticular la represión:
componer en el enfrentamiento las condiciones más favorables.
Devenir astutos. Devenir despiadados. Y para esto
devenir cualesquiera.

Cómo hacer? es la cuestión de los niños perdidos. Aquellos a los que no se ha recordado. Aquellos que tienen los gestos mal asegurados. A quienes nada ha sido dado. Cuya criaturalidad, errancia, no deja de traicionarse.
La revuelta que viene es la revuelta de los niños perdidos.
El hilo de la transmisión histórica ha sido roto. Incluso la tradición revolucionaria nos deja huérfanos. El movimiento obrero sobre todo. El movimiento obrero que se ha vuelto instrumento de una integración superior al Proceso. Al nuevo Proceso, cibernético, de valorización social.

...
La crítica se ha vuelto vana. La crítica se ha vuelto vana porque equivale a una ausencia. En cuanto al orden dominante, todo el mundo sabe a qué atenerse. Nosotros ya no tenemos necesidad de teoría crítica. Ya no tenemos necesidad de profesores. La crítica gira a favor de la dominación, a partir de ahora. Incluso la crítica de la dominación.
Reproduce la ausencia. Nos habla desde donde no estamos. Nos propulsa a otra parte. Nos consume. Es cobarde. Y permanece refugiada
cuando nos envía a la masacre.
Secretamente enamorada de su objeto, no deja de mentirnos.
De ahí los idilios tan cortos entre proletarios e intelectuales comprometidos.
Esos matrimonios de razón donde no se tiene la misma idea ni del placer ni de la libertad.

Más que nuevas críticas, son nuevas cartografías
lo que necesitamos.
Cartografías no del Imperio, sino de las líneas de fuga fuera de él.
¿Cómo hacer? Necesitamos mapas. No mapas de lo que está fuera del mapa.
Sino mapas de navegación. Mapas marítimos. Herramientas de orientación. Que no buscan decir, representar, lo que hay al interior de los diferentes archipiélagos de la deserción, sino que nos indican cómo llegar a ellos.
Portulanos.

...
El Imperio tiene miedo.
El Imperio tiene miedo a que devengamos cualesquiera. Un medio delimitado,
una organización combatiente. No les teme. Pero una constelación expansiva de okupas, granjas autogestionadas, viviendas colectivas, concentraciones fine a se stesso, radios, técnicas e ideas. El conjunto reunido por una intensa circulación de los cuerpos y los afectos entre los cuerpos. Ése es otro asunto.

La conspiración de los cuerpos. No de los espíritus críticos, sino de las corporeidades críticas. He ahí lo que el Imperio teme. He ahí lo que lentamente adviene,
con el incremento de los flujos,
de la defección social.
Hay una opacidad inherente al contacto de los cuerpos. Y que no es compatible con el reino imperial de una luz que ya no ilumina las cosas
más que para desintegrarlas.
Las Zonas de Opacidad Ofensiva no están
por crear.
Están ya ahí, en todas las relaciones en que sobreviene una verdadera
puesta en juego de los cuerpos.
Lo que hace falta es asumir que formamos parte de esa opacidad. Y dotarse de los medios
para extenderla,
para defenderla.
Por todas partes donde se llegan a desarticular los dispositivos imperiales, a arruinar todo el trabajo cotidiano del Biopoder y el Espectáculo para exceptuar de la población una fracción de ciudadanos. Para aislar nuevosuntorelli. En esa indistinción reconquistada
se forma espontáneamente
un tejido ético autónomo,
un plano de consistencia
secesionista.
Los cuerpos se agregan. Recuperan el aliento. Conspiran.
Que tales zonas estén condenadas al aplastamiento militar importa poco. Lo que importa,
es en cada caso
componer una vía de retirada bastante segura. Para volverse a agregar en otra parte.
Más tarde.
Lo que sustentaba el problema del ¿Qué hacer? era el mito de la huelga general.
Lo que responde a la cuestión ¿Cómo hacer? es la práctica de la huelga humana.
La huelga general permitía interpretar que había una explotación limitada
en el tiempo y en el espacio,
una alienación parcelaria, debida a un enemigo reconocible, y por tanto derrotable.
La huelga humana responde a una época en que los límites entre el trabajo y la vida acaban por difuminarse.
En que consumir y sobrevivir,
producir “textos subversivos” y precaverse de los efectos más nocivos de la civilización industrial,
hacer deporte, el amor, ser padre o bajo Prozac.
Todo es trabajo.
Porque el Imperio gestiona, digiere, absorbe y reintegra
todo lo que vive.
Incluso “lo que soy”, la subjetivación que no desmiento hic et nunc,
todo es productivo.
El Imperio ha puesto todo a trabajar.
Idealmente, mi perfil profesional coincidirá con mi propia cara.
Incluso si ésta no sonríe.
Las muecas del rebelde se venden muy bien, después de todo.

Imperio, es decir que los medios de producción se han vuelto medios de control al mismo tiempo que lo contrario se verificaba.
Imperio significa que de ahora en adelante el momento político domina
al momento económico.
Y contra esto, la huelga general ya no puede nada.
Lo que hay que oponer al Imperio es la huelga humana.
Que nunca ataca las relaciones de producción sin atacar al mismo tiempo
las relaciones afectivas que las sostienen.
Que socava la economía libidinal inconfesable,
que restituye el elemento ético —el cómo— reprimido en cada contacto entre los cuerpos neutralizados.
La huelga humana es la huelga que, allí donde se esperaba
tal o cual reacción previsible,
tal o cual tono apenado o indignado,
prefiere no.
Se oculta del dispositivo. Lo satura, o lo estalla.
Se recobra, prefiriendo
otra cosa.
Otra cosa que no esté circunscrita en los posibles autorizados por el dispositivo.
En la ventanilla de tal o cual servicio social, en las cajas de tal o cual supermercado, en una conversación educada, en una intervención de la poli,
según la relación de fuerzas,
la huelga humana hace consistir el espacio entre los cuerpos,
pulveriza el double bind en que están capturados,
los conduce a la presencia.
Hay todo un ludismo por inventar, un ludismo de los engranajes humanos
que hacen girar el Capital.
...

Existen también autores
en cuya obra se encuentra todo el tiempo
la huelga humana.
En Kafka, en Walser,
o en Michaux,
por ejemplo.

Adquirir colectivamente esa facultad de sacudir
las familiaridades.
Ese arte de frecuentar en sí mismo
al huésped más inquietante.

En la guerra presente,
en la que el reformismo de emergencia del Capital tiene que tomar los hábitos del revolucionario para hacerse entender,
en la que los combates más demókratas, aquellos de las contracumbres,
recurren a la acción directa,
un papel nos está reservado.
El de mártires del orden demokrático,
que golpea preventivamente todo cuerpo que pudiera golpear.
Debería dejarme inmovilizar ante una computadora mientras las centrales nucleares explotan, mientras que sejuega con mis hormonas o a envenenarme.
Debería entonar la retórica de la víctima. Ya que, es sabido,
todo el mundo es víctima, incluso los opresores mismos.
Y saborear que una discreta circulación del masoquismo
reencante la situación.

La huelga humana, hoy en día, consiste en
rechazar desempeñar el papel de la víctima.
Atacarlo.
Reapropiarse la violencia.
Arrogarse la impunidad.
Hacer comprender a los ciudadanos pasmados
que si no entran en la guerra están en ella de cualquier forma.
Que allí donde se nos dice que es tal cosa o morir, es siempre
en realidad
tal cosa y morir.

Así,
de huelga humana
en huelga humana, propagar
la insurrección,
donde ya sólo hay,
y donde somos todos,
singularidades
cualesquiera.