Cristián Warnken Jueves 02 de Octubre de 2008
Main Street
Ellos nos dijeron que faltaba poco para el paraíso en la tierra, pero vimos caer ante nuestros propios ojos el "indestructible" Muro de Berlín.
Ellos nos dijeron que nuestras ciudades eran inexpugnables al terror, pero vimos cómo caían las Torres Gemelas, convertidas en lluvia de cenizas.
Ellos nos dijeron que no habría recesión, que las finanzas se manejaban solas, pero vimos cómo las bolsas del mundo se desplomaban, como el muro, como las torres, como nuestros sueños.
Ellos son Wall Street. Nosotros somos Main Street, la calle, la realidad, los hombres de carne y hueso, los que se levantan en la mañana con una ilusión, los que salen a la calle a dar todo el sudor de sus frentes. Somos los que lloramos o cantamos, los que compramos, los contribuyentes: los que "contribuimos" con nues-tras propias vidas en los altares que Ellos han levantado.
Y eso es así desde que nos erguimos y hubo que ir a cazar y luchar contra el frío, el hambre y la escasez. Somos los N.N. de Neanderthal, Moscú, Santiago o Nueva York. Un día, hace mucho, ellos se separaron de nosotros y dijeron: "Somos los hechiceros, los expertos, los magos de la tribu. Entréguennos su libertad". A veces, Ellos nos hacen aparecer en una estadística en un gráfico; después, nos olvidan e ignoran, y nos vuelven a amar apasionadamente cuando se acercan las elecciones. Somos los que pagamos los impuestos, los que financiamos sus guerras.
Les entregamos nuestra fe y nuestros ahorros: juegan con eso en el casino, apuestan, enloquecen en orgías de especulación y lucro desbocado. Ellos nos llevaron ahora otra vez al abismo, y una vez más nos piden que vayamos a rescatarlos. Ellos no trepidaron en poner en riesgo el esfuerzo de toda nuestra vida, nos negaron tantas veces el agua y la sal, y ahora, de rodillas, nos imploran piedad.
Antes nos prometieron una sociedad igualitaria y nos hicieron esclavos de infernales totalitarismos. Después nos convencieron de que el mercado era la panacea de todos los problemas humanos. Ahora nos dicen que el Estado tiene que salvarlos. A Ellos, los especuladores.
Han especulado siempre. Antes especulaban con teorías políticas y filosóficas. Ahora especulan con los valores en la bolsa. Siempre han especulado con nuestras vidas, con nuestra sangre, con nuestros sueños y nuestros ahorros. Y, como un rebaño hipnotizado, una y otra vez, terminamos siguiéndolos al despeñadero de la teoría, que nada tiene que ver con la rugosa realidad.
Ellos, ayer, fueron el Partido, el Estado Dios. Ahora son Wall Street, el Mercado Dios. Nosotros somos Main Street, la calle, el perraje, los de abajo. Nuestros abuelos sufrieron en carne propia las recesiones nacidas de su ambición desbocada: siempre se han excedido por sobre los límites de la realidad. Nos ha costado décadas recuperarnos de sus experimentos económicos o políticos, de sus mentiras, de sus excesos. ¿Y ahora Ellos pretenden que les paguemos también su última farra?
¿Y qué pasaría si no lo hacemos, y los dejamos caer esta vez, para que conozcan también lo que es la derrota y el miedo? ¿Qué tal si no votamos por ellos en las próximas elecciones, y sacamos nuestros ahorros y los guardamos bajo el colchón, como lo hicieron nuestras abuelas? ¿Qué tal si arrojamos todos, al mismo tiempo, sus usureras tarjetas de crédito al mar?
Sí, que caigan de una vez, que veamos por fin la verdad desnuda y no subsidiada por nuestro sudor y nuestra sangre. Que Ellos bajen de su Olimpo a Main Street, a caminar por nuestras calles, a sudar, a llorar y reír con nosotros, que aprendan que existen las estaciones, que todo tiene su ciclo, su ritmo, sus límites. ¡Que caigan las máscaras, y los gigantes de pies de barro den por fin la cara, titiriteros de la gran Nada!
¿O volveremos a entregarles una vez más -oh, paciente rebaño- nuestras monedas y nuestra fe?